Mi abuela me ponía las zapatillas, mi abuelo me enseñaba a atarme los cordones.
¿Explica este ejemplo los motivos de mi, por llamarla de algún modo, preferencia? Mi abuela no me dejaba hacer nada. Nada de nada. Si mi abuela viviera y me convidara hoy una taza de té, todavía le pondría ella en la cocina la cantidad de cucharadas de azúcar que le dictara su inspiración en el momento.
El nudo, el dedo en el medio, el moñito, me lo explicó mi abuelo. Eso sí, la pavada de que si uno tiene el cordón desatado, se lo pisa, se va al suelo y se mata del golpe, la abonaron entre los dos. Y todo el que camina conmigo lo sufre hasta el día de hoy, cuando freno porque al otro se le soltó el cordón y no arranco de nuevo hasta que no se lo ata.
Ah, ahora entiendo, había leído algo de los cordones en la gacetilla de Ábaco y no caí. Y claro, cómo no lo vas a preferir.
ResponderEliminarsolo quiero decirte que me tenés muy abandonada (blogueristicamente hablando)
ResponderEliminarperez: creí que en algún momento íbamos a hacer un asado o algo por el estilo. Se ve que me confundí. Nada más.
ResponderEliminar¿Y lo que vivimos en la pileta? Pensé que teníamos algo.Se ve que también me confundí.
ResponderEliminarUstedes tres, los últimos, se me callan, que justo sobre ustedes estuve escribiendo todo el día y en eso sigo.
ResponderEliminarDoy fe... He caminado bastante con Pérez y he sufrido las paradas cordoneras.
ResponderEliminarTal vez estés viva gracias a eso . . .
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