Cuando ya no sabía qué hacer conmigo, elevaba la vista al cielo y con las manos en alto, separadas más o menos el ancho de los hombros, exclamaba: "¡Bajá, Manolo!"
Ni idea de quién era Manolo ni cuál podía ser el origen de ese código consigo mismo que tenía mi abuelo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario