jueves, 13 de noviembre de 2008

Acupuntura

Mi abuelo tenía la columna desviada y eso le traía muchos dolores de espalda y cuello. 


En una de sus tantas búsquedas místico-medicinales (que incluyeron los pastores evangélicos y Garrincha), mi abuelo dio con la acupuntura. 

El acupunturista al que íbamos, siempre los tres juntos porque no había con quién dejarme, tenía su consultorio en la loma del orto. Me acuerdo que tomábamos algo hasta el Club Comunicaciones y ahí el 111, o algo así. Y que siempre era de noche. 

El acupunturista era occidental. 

Mi abuelo se encerraba con él en un consultorio y durante un rato no podía verlo. Lo esperaba en la sala de espera mirando mis cartas de los Súper Héroes o me inventaba aventuras en otros consultorios en penumbras. No se oía nada, sólo algún susurro, pies pisando con delicadeza y finalmente una puerta que se abría. Ahí estaba mi abuelo, dormido sobre una camilla, en calzoncillos, lleno de agujas. Cuando despertaba me explicaba que no le dolía, que no sentía nada. Para mí era magia. 

El acupunturista me enseñó a hacerle un tipo de masaje que consistía en pasarlo los pulgares a los lados de la columna, desde la cintura hasta la nuca. Todas las noches le hacía ese masaje. Creo que mi abuela no quería tocarlo ni con un puntero láser*. 

Como con todo, un día decretó que la acupuntura no le hacía nada y no fuimos más. 

Asterisco: Sí, mi abuela veía el futuro y predijo la invención del puntero láser, ¿y qué?

No hay comentarios: