jueves, 20 de noviembre de 2008

Restos del "Carioca" (Parte II)

En "El Carioca", mis abuelos se ubicaron cada uno de un lado diferente del mostrador. Mi abuelo, al frente. No sé bien qué hacía, porque había mozos y había un adicionista. Hay una foto donde está con delantal claro (es en blanco y negro) y un repasador en el brazo, pero no me lo imagino atendiendo las mesas. No sé. A mi abuela le tocó el lado de atrás. Aprendió a cocinar (nunca había sido ama de casa, siempre comerciante) y era la ayudante de Ana María, la cocinera. 


Mi abuela había salido indemne del primer intento de mi abuelo por introducirla al arte culinario. El ejemplar del libro de Doña Petrona que le regala el primer año de casados, llegó hasta mí ajado de tanta mudanza, pero sin ninguna señal de haber sido leído. Ni una nota al margen, ni una esquinita doblada, nada. 

Pero en la cocina del "Carioca" por fin se curtió. 

Durante mi infancia, mi abuela nos cocinaba: matambre, vittel thoné, bocadillos de acelga, bombas de papa con jamón y queso, torrejas de arroz, tortilla de papa, pollo al oreganato a la crema, milanesas a la napolitana, bifes a la criolla, escalopes, mondongo, arroz a la cubana, vacío al horno con papas, filet de merluza a la Romana con rebozado de su propia factura, canelones a la Rossini con masa de panqueques, panqueques con dulce de leche, budín de pan y seguro que en estos días, con lo mal que estoy comiendo, me sigo acordando de más cosas. Pulpo a la gallega no hacía porque a ella no le gustaba y le daba impresión manipularlo (esa manía me la transmitió y después me pregunto qué tengo de ella). 

Parafraseando a Murphy, todo lo que podía salir aceitoso, salía aceitoso. Su cocina era muy de fonda, muy gallega. Y no tenía picardía para condimentar. Pero su vittel thoné era el mejor que comí en mi vida y sus canelones, su matambre y el pollo al oreganato rankean también alto en mis preferencias. 

Como conté en otro blog, hace unos meses me sorprendí haciendo sus mismas empanadas. Tengo la esperanza de que el milagro se repita con todos los otros platos que tampoco me enseñó a preparar. 

Ah, cierto que esto es deciamiabuelo. Entonces, agrego que desde que se internó mi abuelo, el menú básico se redujo a las milanesas, el bife, el pollo con diversas guarniciones, y esas fantasías como el guiso de mondongo se espaciaron cada vez más hasta quedar confinadas a las celebraciones o directamente desaparecer. ¿No estaré descubriendo justo ahora, después de más de ciento cincuenta posts, que mi abuela tenía gestos amorosos hacia mi abuelo? ¡Se me cae el blog! ¡Y el análisis!

Mejor me invento que lo hacía para mandarse la parte de esposa sufrida. Puf, menos mal que encontré otra explicación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo me quedé en este blog atrapada por este tema que me interesa: que tu abuela nunca quizo a tu abuelo.

Mi caso es parecido, yo viví con mis abuelos (y mis padres)y ella nunca lo quizo a él. La diferencia es que yo pude (por la edad) preguntarle todo. ¿por qué te casaste con él? qué pasó en tu vida? y una vez me contó todo. Y la entendí, y me dio compasión.

Los matrimonios de esa época son difíciles de desentrañar. Otra cultura que no merece ser medida con la vara de hoy. No sé, con el dato de la comida no le erras en que él era importante para ella, al menos.
un beso,