domingo, 18 de noviembre de 2007

Peces, pelos y milongas

Yo tuve peces. Tres. Dos murieron. Un tercero sobrevivió e hizo la mudanza con nosotros. En la casa nueva, se rompió la pecera. El pez, momentáneamente, fue a parar a una cacerola. Eso lo ponía muy loco y a cada ruido fuerte, pegaba unos saltos hacia afuera del agua de los que, con suerte, volvía a caer dentro de la cacerola.

Un día, estábamos con mi abuela cambiándole el agua y el pez pegó uno de esos saltos suyos y cayó en la bacha de la cocina, que era donde se desarrollaba el riesgoso operativo. Yo me puse muy nerviosa y grité mucho; mi abuelo se puso nervioso conmigo y gritó más. Las cosas se fueron de mambo y me sacudió del pelo.

Primera y única vez que recuedo que me puso una mano encima.

No se cansó de pedirme perdón. Aún así, estuve muchos días sin hablarle. Le decía a mi abuela que quería dormir con ella porque le tenía miedo. Mentira. Yo entendía perfectamente lo que le había pasado. Pero no podía hacer las paces. Hubiera querido. Con todas las fuerzas. Pero no podía.

En esos días tuvo el famoso "derrame cerebral" (así le dijo siempre mi abuela). Se desvaneció en la cuadra donde trabajaba. Nunca más fue mi abuelo a pleno. Nunca le pude decir que lo perdonaba. O que no hacía falta que me pidiera perdón.

Qué Milonguita que fui. Cómo lucho todavía por dejar de serlo.

1 comentario:

PaTo dijo...

bueno Milonguita, me hiciste llorar. No sé cómo voy a hacer para disimular las lágrimas un viernes y en la oficina.